Discursos frente al Cannabis y la segregación de minorías


DISCURSOS FRENTE AL CANNABIS Y LA SEGREGACIÓN DE MINORÍAS

 

Es evidente que tales representaciones no corresponden a la realidad y que esta disparidad entre estas representaciones y la realidad es lo que las hace funcionar como norma ideológica dentro de esa realidad (Godelier 2000)



Fotografía de Esteban Valencia Patiño

El cannabis es una planta utilizada por los humanos desde hace cerca de 5.000 años. Su manejo implicaba aspectos culturales, como saberes y prácticas, que le permitían tener diversos usos, ya fueran medicinales, recreativos, rituales o productivos. El cultivo, consumo y transformación del cannabis solía ser una práctica frecuente en algunos lugares, permitiendo la transmisión de conocimientos de una generación a otra sin mayores restricciones. Además, gracias a los procesos de conquista y colonización que se han dado, estas prácticas y saberes se diseminaron por todo el planeta 

El discurso frente al cannabis como elemento cultural empleado en lo ritual, lo religioso, lo recreativo, lo medicinal y productivo no ha sido permanente, por el contrario, se ha visto transformado a lo largo de la historia. Inicialmente la marihuana comienza a emplearse para la producción de cuerdas, papel, telas, prendas de vestir, aceites, medicinas y alimentos. Así mismo, comienza a usarse con fines recreativos y para rituales religiosos, festivos y fúnebres.  “Por lo tanto, se puede concluir que se ha conferido al cáñamo una gran importancia cultural” (Leal Galicia, y otros 2018).

Para este momento, es recurrente un discurso en donde el cannabis no es calificado a partir de juicios de valor como buena o mala, moralmente hablando, sino por su utilidad, la cual la acerca mucho más a temas económicos, tanto es así que, a la llegada de los españoles a Centro y Sur América, se introduce la producción de cannabis como medida para levantar la economía de la Nueva España. Su utilidad era muchísima y ante el aumento de una sociedad industrializada era imposible dejar pasar por alto todos los beneficios monetarios que podía generar.

En 1532, la Segunda Real Audiencia autorizó oficialmente, a través del gobernador don Sebastián Ramírez de Fuenleal, la siembra del cáñamo para fines textiles Posteriormente, el rey Carlos V extendió la autorización a todo el territorio y ordenó que se enseñara a los indígenas a hilarlo y tejerlo. (Leal Galicia, y otros 2018)

Igual situación acontecía en Norteamérica, donde para 1611 el rey Jacobo I de Inglaterra hizo obligatoria la producción del cáñamo de marihuana en la colonia de Virginia, debido a su importancia para la construcción de cuerdas para el tejido y la navegación. Tanta era su importancia en la economía que, Massachusetts y Connecticut siguieron a Virginia, y llegaron al punto de aceptar la planta como una moneda.

Para el siglo XIX continúa predominando un discurso muy económico, ahora no se busca producir tejidos únicamente, sino que se pretende reactivar el uso del cannabis medicinal en humanos para tratar el dolor y el insomnio, aunque se sabía que tenía cierta toxicidad. Sin embargo, ante la aparición de la jeringa, y el problema de disolver los activos del cannabis en agua, esta dejó de ser usada con fines analgésicos y perdió su lugar como medicina eficiente frente a los opiáceos que actualmente sigue siendo de las drogas más consumidas.

En el caso de Centroamérica, más específicamente de México, existía un amplio sector de la sociedad interesado en sacar provecho económico de la planta, ya fuese transformándola en aceites medicinales o en textiles. De otra parte, unas minorías, sometidas a la conquista, la colonización y por ende a nuevos discursos, terminó por convertirla en medicina espiritual, dado que, “los esclavos originarios de África, al traer sus cultos y medicina-ritual a América, introdujeron a los indígenas en el uso del cannabis” (Leal Galicia, y otros 2018).

Esta medicina espiritual era practicada por curanderas, sin embargo, la utilización del cannabis con fines curativos no fue exclusiva de estas y empezó a ser común entre las comunidades urbanas más pobres al estar disponible sin receta médica. Para el siglo XX el consumo de cannabis y su comercialización tuvieron gran apogeo en Norteamérica, extendiéndose a grandes ciudades y causando preocupación en el gobierno, a pesar de que era común su producción.

Dicha preocupación dio paso al surgimiento de nuevas formas de ver, valorar y referirse al cannabis. Es así que surgen nuevos marcos, los cuales corresponden a estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo, y que inciden en el modo de razonar y en la forma que usamos el lenguaje. En la medida que dichos marcos cambian, también cambian metas y planes propuestos, así como la manera de actuar y de considerar aquello que cuenta como bueno o malo. En esencia, “el cambio de marco es cambio social” (Lakoff, 2007).

En concordancia, se aprecia que el cambio en el marco implicó transformaciones sociales, que a larga acarrearon graves problemas como el racismo, la xenofobia y el clasismo que a la fecha aún se siguen presentando. En la década de 1910 empieza a hacerse tangible el cambio de dicho discurso dando paso a la primera connotación negativa dentro de Norteamérica frente al consumo de cannabis, al relacionarlo con el alto consumo de esta durante las violentas batallas libradas durante la Revolución Mexicana. Además, como el cannabis solía ser utilizado en México por las curanderas, “a las que se les llamaba ‘Marías’ o ‘Juanas’ de donde se cree que surge la mixtura lingüística ‘marijuana’” (Leal Galicia, y otros 2018) , y personas pobres- afros e indígenas principalmente- también se asocia al consumo de esta planta con la pobreza.

En este momento el discurso sobre el cannabis y su consumo recibe un vuelco total, y pasa de considerarse a la planta de marihuana como de gran importancia cultural y económica, a considerarla como un agente capaz de transformar personas y llevarlas cometer actos delincuenciales o a su fracaso, un temor bien infundado en las sociedades occidentales. ¿Pero por qué este cambio tan abrupto? ¿qué fue lo que en realidad preocupó a este gobierno y lo llevó al punto de crear un nuevo discurso? ¿qué esconde este discurso? Frente a esto es necesario cuestionarse por las intenciones e intereses que hay detrás del discurso emergente, y entender el papel que ha jugado la persuasión, en algunos casos violenta, para controlar aquello que es diferente o se desvía de los ya establecido.

 Primero hay que señalar durante el siglo XIX, Estados Unidos y México tuvieron confrontaciones bélicas por la disputa de ciertos territorios, lo que habría generado ciertos marcos de referencia o discursos, de unos respecto a otros, que a mediano plazo terminarían definiendo la percepción entre ambos “la guerra que enfrentó a estadounidenses y mexicanos, con claros antecedentes en la revolución Texana, fue el hecho de mayor importancia en el contacto sostenido hasta ese momento y marcó su geografía, su conciencia nacional y su futuro” (Terrazas y Basante 2007)

El nacionalismo y la división entre ambos países fue común, algo no muy alejado de la realidad actual de ambas naciones. Se vuelven reiterativos los discursos en donde “los autores mexicanos exaltan la ambición y la codicia del país vecino del norte, mientras los estadounidenses subrayan la anarquía crónica y el descuido en que se encontraba la nación del sur” (Terrazas y Basante 2007, 12). Este momento sería el inicio de una relación tensa entre vecinos, que tiene incidencia hasta el día de hoy, y que para la década de 1910 daría paso a la metáfora de terror que relacionaba al migrante mexicano con drogas, violencia y pobreza.

El gobierno estadounidense toma una actitud de padre estricto, en términos de Lakoff, y crea un discurso que suele estar compuesto por lo que podríamos considerar metáforas de terror, en donde el miedo infundado suele ser el mecanismo para introducir y afianzar el marco de referencia que rige la concepción del mundo. Sin embargo, este no resulta ser el único mecanismo, pues aparecen otros como ignorar, rechazar, ridiculizar e incluso atacar aquellos marcos que se alejan del que se tiene como referencia.

La relación entre marcos diferentes llevó a que en algunos de los casos se diera la expulsión de todos aquellos que eran considerados extraños y ajenos, prohibiéndose el contacto físico, el dialogo, el intercambio social y todas las variedades de comensalidad hacia estos; castigándose con el encarcelamiento, la deportación o la muerte. Para este momento hay una separación espacial que busca transformar cuerpos y espíritus extraños, en idénticos al propio, a través del uso del exterminio de costumbres, la elaboración de prejuicios y supersticiones. Podría decirse que “la primera estrategia tendía al exilio o aniquilación de los otros; la segunda, a la suspensión o aniquilación de su otredad” (Bauman 2003, 109).

Dichas metáforas se intensificaron con la depresión económica de 1929, pues muchos migrantes mexicanos laboraban en Estados Unidos, y al igual que hoy en día, se señalaba que estos quitaban el trabajo a los locales, lo que despertó aquellos temores y resentimientos que venían desde hacía cerca de un siglo y que relacionaban al inmigrante con las drogas y todas las connotaciones que esta traía implícita. Tal fue la situación que se creó una distinción social con respecto al consumo de cannabis, es decir, que se dio algo parecido a una división de clases, en donde quienes consumían eran vistos con un valor simbólico negativo, y representaban a las clases sociales populares, el ejército y la prisión. “Sin embargo, ahora se sabe que también la fumaban actores, autores teatrales, intelectuales, damas de alta sociedad y ‘galancetes de la misma parasitaria clase” (Leal Galicia, y otros 2018).

En suma, se podría decir que la distinción dada al consumo de cannabis, para la época, es que esta es consumida por personas pobres, ordinarias, insignificantes, de gusto vulgar y no por personas de clase alta con gustos distinguidos.  Esta clasificación termina siendo impuesta por la mediación de unas experiencias corporales profundamente inconscientes como diría Pierre Bourdieu en su obra “La distinción.

No obstante, el tema trascendía a distinciones sociales y resentimientos pasados, pues detrás de estos imaginarios y estos discursos que se pretendían establecer frente al cannabis, se escondían intereses económicos y políticos de la clase blanca, los cuales resultaban convenientes mientras aseguraran los intereses de grupos privilegiados. Por ello para 1930 comienza

una campaña conocida como ‘reefer madness’ (‘locura por el porro’) para desacreditar el consumo de dicha hierba. Así se originó la prohibición y con ella el mercado negro y, en conjunto, la corrupción. Hacia 1930, por ‘clichés’, se asoció el consumo de marihuana con sujetos capaces de cometer actos de delincuencia, y se creó la idea del envenenamiento de la juventud por su introducción en los colegios norteamericanos. (Leal Galicia, y otros 2018)

Aparece un discurso muy agresivo en el cual la marihuana y su consumo tiene una connotación negativa, y al ir en contra de los valores de referencia en la sociedad estadounidense se crea una campaña de desprestigio en donde se relaciona, sin demasiados fundamentos, a esta con el pecado, la miseria, la lujuria, el crimen, el odio, entre otras. Aunque la idea de esta campaña era proteger a los menores de las drogas y todos los daños que esta causaba, resultaba ser solo una parte del discurso, pues no se mencionaba que algunas industrias como la textil, farmacéutica, tabacalera y papelera resultarían igual de perjudicadas que los niños que pudiesen consumirla. 

El banquero Andrew Mellon, quien se convirtió en el tesorero del gobierno del presidente Hoover, era uno de los principales inversionistas de DuPont, actualmente una de las mayores corporaciones del mundo y que en la época de 1920 a 1940 estaba consolidándose en el negocio de los petroquímicos y de los polímeros. Para ambas ramas de mercado, el cannabis resultaba una seria amenaza, pues de esta planta podían derivarse tanto fibras naturales que redujeran el consumo de nylon, uno de los productos clave de DuPont en esos años, como de combustible vegetal que amenazaba su apuesta por los hidrocarburos. En este sentido DuPont tenía claro que una de las premisas de su estrategia de mercado tenía que anular la presencia del cáñamo. Siendo secretario del Tesoro, Mellon influyó para que su sobrino Harry J. Anslinger fuese nombrado en 1930 como el primer comisionado Federal Bureau of Narcotics. Y a pesar de que el cabildeo en contra del cannabis ya llevaba poco más de dos décadas, lo cierto es que no fue hasta que Anslinger llegó al FBN cuando la verdadera guerra comenzó. (Barros del Villar 2011). 

Misma situación vivía la industria papelera que veía en el cáñamo una amenaza, por lo que los medios de comunicación masiva de la época, especialmente la prensa, propiedad de una de las mayores productoras de papel, se dedicaron a promover una campaña de desprestigio frente al cannabis. Tal situación se daba porque este

era un sistema completamente volcado al mercado, en donde la conveniente o nociva naturaleza de un fenómeno social o medioambiental se mide exclusivamente a partir de un criterio financiero, resulta objetivamente obvio que el gran mercado de drogas alrededor del mundo a fin de cuentas no debe molestar a los principales promotores de este sistema: gobiernos, corporaciones, e instituciones religiosas. (Barros del Villar 2011)

Sin embargo, estas industrias no fueron las únicas en generar nuevos discursos respecto al cannabis, pues a ellas se adhirieron las tabacaleras y farmacéuticas con el fin “diseñar una campaña mediática que imprimiera en el imaginario colectivo una nueva idea: la marihuana es una planta nociva para la salud y para la sociedad, y su consumo, cultivo y distribución debe ser tenazmente descalificado, denunciado y perseguido” (Barros del Villar 2011).

 Inclusive el cine también juega un papel importante en este entramado, y comienza a configurar un discurso que materialice una realidad creada a partir de lo imaginario y lo simbólico.


(Arbuckle 2016).

Mientras tanto, la ciencia comienza a emplearse como el agente validador de estos imaginarios. Ante la falta de rigurosidad y parcialidad en sus investigaciones se llega a planteamientos donde

la orientación eugénica se relacionó con ideas que se asumían como degenerativas (comportamiento antisocial, delincuencia, locura, debilidad mental y prostitución) y, según ellos, características de los ‘marihuanos’. Después se sugirió que la marihuana era capaz de producir locura y fomentar la criminalidad. (Leal Galicia, y otros 2018)

La idea es llevar este discurso, con algo de carácter científico, al mayor número de personas, a fin de conseguir cierta homogeneidad en las interpretaciones de la realidad, pues es probable que, si los individuos no reciben los mismos discursos, no interpreten las mismas realidades (Godelier 2000). La pretensión de un discurso verdadero y totalizante, que limite la interpretación de otras realidades, resulta difícil. Por ello surgen formas extremas de violencia colectiva en donde se degrada la dignidad y el cuerpo humano para ayudar al establecimiento del marco a seguir.

La idea de un discurso único ha encontrado opositores. A pesar de los prejuicios existentes frente a poblaciones afro y Latinoamericanas, la escalada de violencia y radicalización de los supremacistas blancos que se oponían a ver el fin de la segregación en los Estados Unidos y a la lucha de los afro-estadounidenses desde posiciones claramente “inclusionistas” (Carbone y Valeria 2013) se ha logrado cambiar esta metáfora o discurso.

Esta búsqueda de reivindicación de las comunidades afro y latina ha ido dándose de a poco, a la par que lo han hecho las comunidades consumidoras de cannabis. A pesar de que muchos de los imaginarios y realidades construidas en las primeras décadas del siglo XX frente a los inmigrantes, la delincuencia y el consumo de drogas se mantienen, hay que señalar que la apertura a análisis más profundos ha permitido cambios en el discurso y en la concepción de distinción a partir del consumo. Igualmente continúan los intentos de las comunidades cannábicas y de los migrantes por transformar el discurso que aún persiste sobre ellos, y buscar su inclusión en la sociedad. Aunque esto continúa siendo muy difícil, pues al ser una minoría, con una participación casi nula en la vida política del país, no tienen mucho espacio para implantar nuevas ideas o discursos a su favor.

La oposición al discurso hegemónico establecido por los dirigentes estadounidenses, permitió que se dejara de relacionar al migrante y las drogas de forma tan radical, lo que redujo el apoyo a la guerra contra el cannabis e hizo que se cuestionara acerca de la efectividad de las medidas tomadas contra los delitos vinculados a la marihuana.

Además, el consumo de drogas fue un componente importante de la época, permitiendo que se abrieran nuevos horizontes frente al consumo de estas y haciéndolas más atractivas para usar especialmente dado el surgimiento de la llamada “contracultura” que resultó ser una crítica al

materialismo y la hipocresía sexual de la sociedad estadounidense y postula nuevas formas de organización basadas en la solidaridad, la libertad sexual y el amor, así como una importante revalorización de la naturaleza. Frente a la obsesión por el trabajo y la emulación de los vecinos de enfrente, reivindica el hedonismo, el placer, las experiencias extrasensoriales y busca alternativas en las filosofías orientales. (De los Ríos 1998).

En este punto el arte jugó un papel muy importante, especialmente la música, pues se convirtió en la mejor forma de expresión por excelencia de esta contracultura. Si bien para ese momento la información sobre el cannabis comenzaba a ser mayor en comparación a años anteriores, aún seguía siendo insuficiente y no aportaba en la construcción y consolidación de un proceso capaz de refutar críticas y proporcionar cierta neutralidad en sus argumentos.

Por su parte los medios de comunicación comienzan a incidir notablemente al igual que en décadas anteriores. Para este momento la cobertura de los medios de comunicación era mucho mayor, y ahora gran parte de la población tenia acceso a estos, lo que permitía que, al estar expuesto a varios discursos, se crearan o se identificaran nuevas realidades.

Durante los primeros años de la década de los sesentas, la televisión desempeñó un papel decisivo al llevar a los hogares estadounidenses una realidad de la cual sabían pero que habían ignorado deliberadamente. Las escenas del odio racial, los epítetos de adultos blancos contra niños que marchaban a la escuela resguardados por la guardia nacional, la policía reprimiendo con perros, agua y bombas lacrimógenas o golpeando a los manifestantes pacíficos fueron escenas que conmovieron a la opinión pública y llevaron a ciertos grupos liberales blancos, en el norte y el oeste (entre los que se contaban religiosos, estudiantes, activistas, hombres y mujeres, judíos protestantes y católicos), a unirse al movimiento en su momento de mayor apoyo por parte de la opinión pública blanca. (De los Ríos 1998)

No obstante, cabe señalar que los medios de comunicación y de transporte de la época “particularmente la televisión, la telefonía y los aviones, también tendrían un impacto esencial en la creación de una sociedad de masas mucho más cohesionada y homogénea que nunca antes en su historia” (De los Ríos 1998). Sin duda fue una época de contradicciones en donde se luchaba por la diferencia y contra las ideas totalitaristas de Estados Unidos, pero al mismo tiempo se caía en los medios de comunicación masiva y su idea homogeneizadora y cohesionadora de la población.

Paulatinamente el incremento de la información se fue dando, llegando al punto en que se realizaban debates abiertos en donde se pretendía justificar a partir de un discurso científico, sin ninguna clase de sesgo, la idoneidad del cannabis como medicamento. Si bien se mantenían las metáforas de terror que relacionaban a los inmigrantes con el delito, la pobreza y las drogas, ahora no tenían tanta eficacia simbólica en las sociedades, y aquel marco de referencia rígido y homogeneizador comenzaba a tener filtraciones por donde se escapaban aquellas ideas en contra de un discurso único y totalizador.

Así mismo llegaba al punto en que se consideraba el consumo de cannabis como un acto de realización, dado que el individuo sigue “siendo agente de su propia realización” y a partir de su capacidad para crear modelos simbólicos se convierte en “un animal político por obra de la construcción de ideologías, de imágenes esquemáticas de orden social” (Geertz 2003, 190). Es decir que el individuo tiene un espectro complejo pero limitado, que cada vez se amplía más para codificar sus valoraciones subjetivas respecto al cannabis, y a la imagen de la buena vida que en occidente suele estar muy relacionada con la realización material a partir del consumo que suele “generarse así por la acción de un sistema de valores sociales, preferencias, utilidades, etc., categorías que se imponen desde afuera a un conjunto en principio vacío o aleatorio de objetos potenciales” (Friedman 2001, 230)

Es así que, al no relacionarse la marihuana con la delincuencia, la muerte, el crimen, el odio, entre otras connotaciones que comenzaron a dársela a principios del siglo XX, empieza a darse un mayor consumo de esta, motivada principalmente por un nuevo discurso que traía consigo cambios en el sistema de valores sociales, así como nuevas preferencias y nuevas nociones de utilidad. Por ello consumir drogas deja de ser un acto, meramente nocivo que no debe realizarse o que debe hacerse bajo la mayor prudencia y privacidad, a ser un acto público. Se deja la clandestinidad y la degradación, que supuestamente genera el consumo de cannabis, para comenzar con una apología y resignificación de esta.

Es bajo este panorama que surgen algunos grupos de activistas prolegalización del uso de la marihuana tanto medicinal como recreativamente. Para 1996 se legaliza el consumo de cannabis medicinal para personas con enfermedades crónicas en California. Este hecho marca un precedente histórico en lo que sería el discurso frente al cannabis. Desde ese momento en adelante se deja ver un marcado cambio en las valoraciones que tienen las personas frente al uso del cannabis, siendo puestas a prueba cuando se propuso legalizar el uso recreativo del cannabis en diferentes estados de Estados Unidos, así como la producción legal.

Las circunstancias que se daban sirvieron como un caldo de cultivo para la aparición de las comunidades cannábicas en todo el mundo, quienes empezaron a aparecer lentamente y a buscar en los medios de comunicación una herramienta para transformar el discurso e integrar a los consumidores. A fin de lograr dicho cambio o transformación, los consumidores han aprovechado la tecnología, y se han valido de algunos medios de comunicación masiva como revistas, libros y medios virtuales con el fin de difundir nueva información sobre el cannabis dentro de los grupos o sociedades que reclaman como derecho, de cada individuo, el consumo y porte de esta droga.

Podría decirse que ante una modernidad sistemática y solida que tiende a estandarizar y homogenizar, las comunidades cannábicas esperaban a que sus posibles diferencias sociales fueran vistas de otras maneras, y que las connotaciones que se tenían frente al consumo de marihuana pudieran cambiar. La aparición de estas comunidades trae consigo relaciones de amistad a partir de temas e intereses a fines, son relaciones meramente utilitaristas, que sirven como herramienta para enfrentar la crítica y el repudio existente.

Este espectro más amplio para configurar la valoración individual sobre el cannabis, la prohibición y las metáforas de terror infundadas por el padre estricto, siguen estableciendo marcados límites y prohibiciones que a larga “causa más daño social que el consumo mismo” (Leal Galicia, y otros 2018). Por ello, actualmente es común observar que, en países como Estados Unidos y España se continúan relatando discursos xenófobos, racistas y clasistas que establecen una relación entre los inmigrantes, las drogas y la delincuencia

Uno de los discursos que más daño está haciendo a los inmigrantes, perjudicando su integración social y su relación armoniosa con la sociedad de acogida española, es el discurso de la delincuencia. Además, diversos responsables políticos y algunos medios de comunicación al no efectuar en sus expresiones una clara y rotunda distinción entre delincuente extranjero e inmigrante, identificando erróneamente inmigración con delincuencia, provocan peligrosamente el desarrollo del prejuicio xenófobo que acaba convirtiéndose en pura gasolina que utilizan en sus incendios los grupos racistas. (Ibarra s.f.)

Así mismo, se continúa señalando por parte de figuras políticas que gran parte de los inmigrantes que vienen en caravanas desde Centroamérica son delincuentes. Nada muy alejado del discurso de principios del siglo XX en donde se establecían características generales a la población inmigrante, que muy poco se ajustaban a las verdaderas. De igual manera la ley y la propaganda siguen manteniendo señalamientos, más refinados, en contra del cannabis 

Actualmente, si bien es ya prácticamente imposible convencer a una persona con los primitivos argumentos sobre los que originalmente se fundó la campaña de desprestigio contra la ganja, lo cierto es que el marco legal ha sido afinado para obstaculizar la posibilidad de legalizarla y también la propaganda ha sido "refinada" pero en ningún momento ha cesado. (Barros del Villar 2011) 

Los discursos racistas y xenófobos cada vez encuentran menor aceptación entre las personas, pues desde su comienzo no tuvieron un soporte firme, sino que se constituyeron a partir de un manojo de prejuicios y resentimientos. En la actualidad la información frente al cannabis resulta no ser suficiente, a pesar de ello, comienza a ser importante en la consolidación de un proceso de contracultura en donde “Hay intenciones de desestigmatizar la planta y su consumo – sea recreativo, medicinal o industrial –, que se incluya a los consumidores en la construcción de las políticas de drogas y crear cultura” (Kapkin 2016).

Todo esto ha permitido que se reconfigure la distinción hecha de los consumidores de cannabis, dejando a un lado la idea de que eran personas pobres, con problemas mentales y de violencia, para señalar que en estos momentos las drogas pueden afectar a cualquier grupo poblacional independiente de su sexo, etnia, edad o estrato socioeconómico. Ahora la distinción frente al consumidor de cannabis dejo de tener un carácter meramente negativo, y se comienza a convertir en un sujeto con una vida normal, sin relaciones a delincuencia, locura u otras cosas, y que puede alcanzar el éxito, propuesto por occidente.

En conclusión, se puede decir que los discursos frente al cannabis han estado en constante cambio, a tal punto que ahora al discurso sobre este no lo estructuran solamente las ideas de miseria, criminalidad y pobreza sino también de producción y mercantilización, o de realización personal. Ante este panorama donde se ha estructurado una relación entre el consumidor de cannabis y el fracaso en su proyecto de vida, los consumidores se han agrupado y mediante una relación no física, en la mayoría de las ocasiones, han logrado establecer redes de cooperación que buscan abastecer de información que sirva como argumento para defender su postura e ideas.

Así mismo las relaciones sociales que se han ido constituyendo como resultado de los cambios en el marco, han redefinido y reenmarcado los bienes que se consumen, es decir que, si actualmente no se considera la relación entre drogas, inmigrante y delincuencia tan seriamente, es porque los grupos sociales y las relaciones que establecieron permitieron desdibujar esos prejuicios. Al fin de cuentas fueron estos grupos sociales, los que buscaron “des-individualizar el cuerpo como táctica para enfrentar el repudio, las miradas que castigan y las bocas que juzgan. (Martínez Valderrama 2012, 105)

  

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Realizado por: Juan David Henao Agudelo