BIOCOMBUSTIBLES Y SEGURIDAD ALIMENTARIA
Imagen obtenida de: https://desinformemonos.org/biocombustibles-un-riesgo-para-la-seguridad-alimentaria-y-la-biodiversidad/
La demanda de recursos energéticos ha ido en constante aumento a partir
de la revolución industrial. Ante el crecimiento demográfico, y por
consiguiente el incremento de la demanda de energía tanto en el ámbito
industrial como doméstico, se ha dado la necesidad de obtener mayor cantidad de
combustibles. De esta manera los combustibles fósiles como el carbón, petróleo
y gas natural comienzan a ser los más explotados y utilizados para satisfacer
estas demandas (Medina, 2013). Con el paso de los años y teniendo en cuenta lo
finito de estos recursos, se idearon nuevas formas de obtener energía, sin
embargo, cada vez era mayor la dependencia por estos combustibles.
Al margen de los combustibles fósiles aparecían otras fuentes de energía
como la energía eólica, solar, atómica o la producida por biocombustibles. Este
último ha tenido mayor desarrollo y proliferación en su forma líquida, ya sea
como aceites, alcoholes, éteres, ésteres y otros productos químicos, que
provienen de compuestos orgánicos obtenidos a partir de biomasa, la cual puede
entenderse como “cualquier tipo de materia orgánica que haya tenido su origen
inmediato en el proceso biológico de organismos recientemente vivos, como
plantas, o sus desechos metabólicos (el estiércol); el concepto de biomasa
comprende productos tanto de origen vegetal como de origen animal” (Salinas y
Gasca, 2009, pág. 76).
El uso de biocombustibles se remonta a finales del siglo XIX, cuando el
Dr. Rudolf Diesel desarrolló el primer motor Diesel, cuyo prototipo estaba
previsto que funcionara con aceites vegetales. Estos serían destinados
especialmente al transporte y la automoción, convirtiéndose en una alternativa
de energía luego de la disminución de la oferta de petróleo por parte de los
países productores y el consiguiente ascenso en los precios de la gasolina en
la década de 1970 como resultado de la crisis del petróleo.
El aspecto medio ambiental tendría gran prevalencia para impulsar el
fortalecimiento de esta nueva forma de generar energía, aunque, con los años
también se vería la complejidad de los problemas ocasionados:
De esta forma, los biocombustibles aparecen como una fuente de energía
alternativa que puede usarse en el caso de que los precios de los hidrocarburos
se eleven demasiado o en un horizonte de largo plazo en que se agoten. Una
segunda finalidad en su uso es que contribuyen a frenar el calentamiento
global, ayudando a reducir las emisiones de CO2. Sin embargo, los cultivos
energéticos de maíz, caña de azúcar, sorgo o soya, implican darle un uso
alternativo al alimentario y esto es lo que ha generado una gran polémica
(Salinas y Gasca, 2009, pág. 77).
Producción de biocombustibles en los territorios
Como ya se mencionó, fue a partir de la década de los 70 que comenzó el
auge de los biocombustibles líquidos, así como el uso y explotación en grandes
cantidades. Su incorporación como fuente de energía fue paulatina y estuvo
intrínsecamente relacionada con la oferta y precio de los combustibles fósiles.
Según datos, la producción global de biocombustibles líquidos se ha
incrementado de 4.4 mil millones de litros en 1980 a 42.2 mil millones de
litros en 2005, siendo los mayores productores USA (16.1 mil
millones litros), Brasil (16 mil millones litros) y China (3.8 mil millones
litros). Mientras que la producción de biodiesel pasó de 11.4 millones de
litros en 1991 a 3.8 mil millones de litros en 2005 teniendo a Alemania,
Francia, USA e Italia como mayores productores (Acosta y Chaparro, 2009).
Parte importante del aumento en el uso y elaboración de estos nuevos
biocombustibles se relaciona con el papel que cumplen los Estados, debido a que
son ellos quienes crean y promocionan las políticas de regulación tanto de las
plantaciones como de la producción de biocombustibles. Para promover la
producción y uso de estos combustibles se otorgan incentivos económicos como
subvenciones, exenciones y otros beneficios a quienes ejecuten proyectos con
biocombustibles, apelando al argumento de que las plantaciones ayudan al medio
ambiente, puesto que son fuentes de energía menos nocivas que producen menores
emisiones de gases efecto invernadero y que sirven como sumideros de CO2, y
recalcando los altos beneficios económicos que podrían generar.
Hay que precisar que, además de los incentivos económicos,
también es necesario el acceso a la tierra y los conocimientos adecuados en
cuanto a aspectos tecnológicos y sobre las dinámicas del mercado. El mercado de
agrocombustibles de EE. UU y de la Unión Europea, ha demostrado cierta viabilidad
debido a la capacitación y las subvenciones que ofrecen a los agricultores, ya
que es necesario tener en cuenta que sus costos de producción. Será esta rentabilidad económica el argumento de mayor peso, sobre todo
porque en los primeros años del siglo XXI la lucha contra la pobreza en América
Latina se convierte en un potente justificativo para avanzar en el
aprovechamiento de los recursos naturales disponibles, difundiendo la idea de
que las riquezas ecológicas no deberían desperdiciarse (Composto, 2012).
Impactos
ambientales y sociales del uso y explotación de biocombustibles
Si bien estos nuevos biocombustibles son menos nocivos que los
combustibles fósiles, debe tenerse en consideración que la instalación de
megaproyectos extractivos para su obtención tiene notables repercusiones
sociales y medio ambientales. Este al ser un ‘agronegocio’, congenia en gran medida
con actividades extractivas al igual que la minería, el petróleo o la
explotación de uranio, puesto que escapa a la agricultura tradicional de
procesos, manteniendo una lógica productiva diferente, que no se basa
necesariamente “en ‘procesos naturales’, ciclos orgánicos con bajo insumo de
agroquímicos, el aprovechamiento del trabajo familiar, la organización”
(Giarracca, 2012 citado por Grigera y Álvarez, 2013, pág. 82).
Poniendo a consideración los efectos ambientales ocasionados por la
explotación de biocombustibles, hay que tener en cuenta que los impactos se dan
tanto como causa del cultivo como del procesamiento. Según estudios realizados
por el Instituto Humboldt en Colombia, se puede concluir que el impacto del
cultivo sobre la biodiversidad depende de la cobertura vegetal que se reemplace
para su establecimiento, asegurando que la siembra de monocultivos en zonas
anteriormente cubiertas por bosque primario -e incluso bosque intervenido-
tiene efectos claramente negativos. Sin embargo, también concluye que los
efectos pueden ser positivos si las coberturas que se reemplazan son pasturas o
cultivos transitorios (Instituto Alexander Von Humboldt, 2000).
Por otra puede verse que “la producción de biocombustibles es a la vez
contaminante en la medida en que en su cultivo se emplean insumos provenientes
de hidrocarburos, tanto en la fertilización como en la fumigación y en el uso
de la maquinaria agrícola” (Salinas y Gasca, 2009, pág. 80). En términos
generales puede decirse entonces que estos proyectos usualmente causan
El empobrecimiento de la biodiversidad por la
intervención en los ecosistemas; la erosión de los suelos y la sedimentación de
los ríos, como consecuencia de la tala rasa; la modificación y los
desequilibrios en los cauces naturales, como consecuencia de las actividades de
drenaje; la alteración de los sistemas tradicionales de explotación maderera; y
la contaminación del agua y los suelos, por los efluentes y por el uso de
fertilizantes químicos (Peña, 2010, pág. 56)
Siendo estos algunos impactos ambientales, también cabe resaltar que con
estos procesos extractivistas se pierde la base del sustento de las poblaciones
nativas debido, en parte, a los procesos de
desagrarización que se presentan, ocasionando descensos en las actividades
agrarias destinadas a la obtención de los alimentos que conforman la dieta de
los pobladores originarios de la zona (Peña, 2010). Sumado a esto, en algunos casos se
produce el desplazamiento de las comunidades negras, indígenas y campesinas de
las zonas donde se ejecutan las actividades (Instituto Alexander Von Humboldt,
2000). Es así como la seguridad alimentaria, elemento base del sustento de la
población, puede perderse o estar en riesgo por la producción de
biocombustibles.
Biocombustibles y seguridad alimentaria
Inicialmente debe diferenciarse entre los biocombustibles de primera y
segunda generación, pues de ello depende en gran medida su injerencia en la
seguridad alimentaria de las poblaciones humanas. La diferencia más notable
entre ambos combustibles radica en que los biocombustibles de segunda
generación se obtienen de vegetales que no tienen una función alimentaria,
mientras que los biocombustibles de primera generación comprometen en mayor
medida la seguridad alimentaria, dado que
se producen a base de alimentos o bien compiten por la tierra que puede
ser utilizada para producir alimentos, esta situación impacta el precio de los
alimentos al alza de manera directa al restringir la oferta de cereales para la
alimentación, o de manera indirecta si los alimentos son insumos de ganado; lo
que se impacta es el precio de la carne y de los lácteos (Salinas y Gasca,
2009, pág. 79)
Aunado a lo anterior, se debe resaltar que los
agrocombustibles de primera generación necesitan de cultivos altamente
mecanizados, lo cual debido a la economía de escala que requiere, tiende a la
concentración de las riquezas entre los agricultores con mayores recursos
(Medina, 2013), o directamente son las transnacionales las que obtienen mayores
beneficios. Además, al darse cierta
prevalencia por usar el suelo para monocultivos con fines comerciales, se
favorece el detrimento de cultivos tradicionales como la yuca, plátano, maíz y
el frijol que garantizan la soberanía alimentaria de las personas (Carmona,
2009 citado por Peña, 2010).
Nota:
imágenes extraídas de Peña (2010).
De acuerdo con lo recién mencionado, es importante
considerar el hecho que muchos agricultores y campesinos que cuentan con
pequeñas parcelas en zonas en las cuales son viables los cultivos denominados
como “tropicales” (un ejemplo de este sería la palma aceitera), no tienen las
capacidades para competir contra el mercado de las agroindustrias ya que las
subvenciones estatales son pocas o nulas y la capacitación está orientada, en
gran medida, a los grandes productores.
Como consecuencia de esto el campesinado ha visto
seriamente afectada su vinculación con la tierra. Por un lado, se han
transformado las dinámicas de producción que giraban en torno a la agricultura
y a la pequeña economía familiar, y, por otra parte, se ha hecho manifiesta la
expoliación y despojo de sus tierras, proceso que ha favorecido tanto la “proletarización
del campesinado” como la conversión de la población rural en “pobladores
circundantes”. Es decir, que se ha desplazado a los
trabajadores rurales y al campesinado hacia la agroindustria, convirtiéndolos
en mano de obra barata.
Esto ha generado grandes cambios en la seguridad
alimentaria de los hogares rurales ya que, si antes un gran porcentaje de estas
familias destinaba su suelo fértil a la producción diversificada de alimentos
para consumo local, ahora, debido a las políticas económicas y productivas
impulsadas por organismos internacionales y por entidades como la FAO,
gran parte del campesinado ha perdido la capacidad de autoabastecerse debido a
que se ha afectado principalmente la posibilidad del acceso a la tierra.
Además, al ser parte de un contexto notablemente
violenta donde la volatilidad de los precios, las distorsiones del mercado y
las políticas neoliberales, que encarecen por momentos el acceso a una
alimentación adecuada son pan de cada día, se ha condenado a una parte
relevante de la población a periodos de hambruna en la medida en que las
lógicas productivas giran en torno a la acumulación del capital, dejando a un
lado la racionalización de los recursos para el bienestar de la
población. Se hace latente la idea de “desposesión por acumulación”
propuesta por David Harvey, puesto que es apreciable un “proceso
que expande la mercantilización y privatización de la tierra, la expulsión
forzosa de poblaciones campesinas hacia las ciudades y la reconversión de
derechos de propiedad (comunal, colectiva, estatal, etc.) en propiedad privada”
Conclusiones
Así como plantea Claudia Composto en su texto, los
proyectos extractivistas implican una reconfiguración en cuanto a las relaciones sociales, productivas, ecológicas y políticas.
Estas relaciones, vinculadas con una lógica puramente instrumental sobre la
naturaleza, han llevado a transformaciones en la conexión humano-naturaleza, y
a la ruptura de lazos comunitarios y economías regionales. A lo anterior se le
debe sumar el hecho de que las agroindustrias transformaron radicalmente el
tejido social de las comunidades rurales al afectar los valores identitarios
depositados en el cultivo, la producción y consumo de alimentos. En
relación con esto, surgieron fenómenos como el de
la desagrarización. De igual manera, y siguiendo un poco la línea de las
actividades extractivistas, es apreciable que la producción de biocombustibles
ha generado despojo de tierras, lo que ha hecho que las poblaciones no tengan
donde cultivar sus alimentos, al tiempo que compromete su seguridad
alimentaria.
Ya para finalizar, vale la pena resaltar que en un futuro próximo estas
políticas de incentivo a la producción de agrocombustibles deben ser revisadas
y debatidas, debido a que pueden poner en peligro tanto los ecosistemas de los
lugares donde se da su producción, como la seguridad alimentaria de las
familias que se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad en la medida
en que afecta directamente sus sistemas productivos. De igual manera será
importante tener en cuenta que “el abandono de la agricultura de pequeña y
mediana escala en los países en desarrollo es una de las principales causas de
que el incremento del precio de los alimentos haya afectado la seguridad
alimentaria de millones de personas” (Medina, 2013, pág. 247). Por eso es importante repensar los verdaderos beneficios ambientales,
sociales y económicos que llevan consigo los procesos extractivistas, como el
agronegocio de la generación de biocombustibles, en comparación con la producción
de alimentos.
Bibliografía
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Universidad Nacional de Colombia.
Salinas, E., y Gasca,
V. (2009). Los biocombustibles. El cotidiano, 75-82.
Realizado por Juan Mateo Valencia Agudelo y Juan David Henao Agudelo