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Fotografía de Esteban Valencia Patiño |
El cannabis es una planta utilizada por
los humanos desde hace cerca de 5.000 años. Su manejo implicaba aspectos
culturales, como saberes y prácticas, que le permitían tener diversos usos, ya
fueran medicinales, recreativos, rituales o productivos. El cultivo, consumo y
transformación del cannabis solía ser una práctica frecuente en algunos
lugares, permitiendo la transmisión de conocimientos de una generación a otra
sin mayores restricciones. Además, gracias a los procesos de conquista y colonización
que se han dado, estas prácticas y saberes se diseminaron por todo el planeta
El
discurso frente al cannabis como elemento cultural empleado en lo ritual, lo
religioso, lo recreativo, lo medicinal y productivo no ha sido permanente, por
el contrario, se ha visto transformado a lo largo de la historia. Inicialmente
la marihuana comienza a emplearse para la producción de cuerdas, papel, telas,
prendas de vestir, aceites, medicinas y alimentos. Así mismo, comienza a usarse
con fines recreativos y para rituales religiosos, festivos y fúnebres. “Por lo tanto, se puede concluir que
se ha conferido al cáñamo una gran importancia cultural” (Leal Galicia,
y otros 2018).
Para este momento, es recurrente un discurso en
donde el cannabis no es calificado a partir de juicios de valor como buena o
mala, moralmente hablando, sino por su utilidad, la cual la acerca mucho más a
temas económicos, tanto es así que, a la llegada de los españoles a Centro y Sur
América, se introduce la producción de cannabis como medida para levantar la
economía de la Nueva España. Su utilidad era muchísima y ante el aumento de una
sociedad industrializada era imposible dejar pasar por alto todos los
beneficios monetarios que podía generar.
En
1532, la Segunda Real Audiencia autorizó oficialmente, a través del gobernador
don Sebastián Ramírez de Fuenleal, la siembra del cáñamo para fines textiles
Posteriormente, el rey Carlos V extendió la autorización a todo el territorio y
ordenó que se enseñara a los indígenas a hilarlo y tejerlo. (Leal Galicia,
y otros 2018)
Igual situación acontecía en Norteamérica, donde
para 1611 el rey Jacobo I de Inglaterra hizo obligatoria la producción del
cáñamo de marihuana en la colonia de Virginia, debido a su importancia para la
construcción de cuerdas para el tejido y la navegación. Tanta era su
importancia en la economía que, Massachusetts y Connecticut siguieron a
Virginia, y llegaron al punto de aceptar la planta como una moneda.
Para el siglo XIX continúa predominando un discurso
muy económico, ahora no se busca producir tejidos únicamente, sino que se
pretende reactivar el uso del cannabis medicinal en humanos para tratar el
dolor y el insomnio, aunque se sabía que tenía cierta toxicidad. Sin embargo, ante
la aparición de la jeringa, y el problema de disolver los activos del cannabis
en agua, esta dejó de ser usada con fines analgésicos y perdió su lugar como
medicina eficiente frente a los opiáceos que actualmente sigue siendo de las
drogas más consumidas.
En el caso de Centroamérica, más específicamente
de México, existía un amplio sector de la sociedad interesado en sacar provecho
económico de la planta, ya fuese transformándola en aceites medicinales o en textiles.
De otra parte, unas minorías, sometidas a la conquista, la colonización y por
ende a nuevos discursos, terminó por convertirla en medicina espiritual, dado
que, “los esclavos originarios de África, al traer sus cultos y medicina-ritual
a América, introdujeron a los indígenas en el uso del cannabis” (Leal Galicia,
y otros 2018).
Esta medicina espiritual era practicada por
curanderas, sin embargo, la utilización del cannabis con fines curativos no fue
exclusiva de estas y empezó a ser común entre las comunidades urbanas más
pobres al estar disponible sin receta médica. Para el siglo XX el consumo de
cannabis y su comercialización tuvieron gran apogeo en Norteamérica, extendiéndose
a grandes ciudades y causando preocupación en el gobierno, a pesar de que era
común su producción.
Dicha preocupación dio paso al surgimiento de
nuevas formas de ver, valorar y referirse al cannabis. Es así que surgen nuevos
marcos, los
cuales corresponden a estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el
mundo, y que inciden en el modo de razonar y en la forma que usamos el lenguaje.
En la medida que dichos marcos cambian,
también cambian metas y planes
propuestos, así como la manera de actuar y de considerar aquello que cuenta
como bueno o malo. En esencia, “el cambio de marco es cambio social” (Lakoff, 2007).
En concordancia, se aprecia que el cambio en el
marco implicó transformaciones sociales, que a larga acarrearon graves
problemas como el racismo, la xenofobia y el clasismo que a la fecha aún se
siguen presentando. En la década de 1910 empieza a hacerse tangible el cambio
de dicho discurso dando paso a la primera connotación negativa dentro de Norteamérica
frente al consumo de cannabis, al relacionarlo con el alto consumo de esta
durante las violentas batallas libradas durante la Revolución Mexicana. Además,
como el cannabis solía ser utilizado en México por las curanderas, “a las que
se les llamaba ‘Marías’ o ‘Juanas’ de donde se cree que surge la mixtura
lingüística ‘marijuana’” (Leal Galicia, y otros 2018) , y personas
pobres- afros e indígenas principalmente- también se asocia al consumo de esta
planta con la pobreza.
En este momento el
discurso sobre el cannabis y su consumo recibe un vuelco total, y pasa de
considerarse a la planta de marihuana como de gran importancia cultural y
económica, a considerarla como un agente capaz de transformar personas y llevarlas
cometer actos delincuenciales o a su fracaso, un temor bien infundado en las
sociedades occidentales. ¿Pero por qué este cambio tan abrupto? ¿qué fue lo que
en realidad preocupó a este gobierno y lo llevó al punto de crear un nuevo
discurso? ¿qué esconde este discurso? Frente a esto es necesario cuestionarse
por las intenciones e intereses que hay detrás del discurso emergente, y
entender el papel que ha jugado la persuasión, en algunos casos violenta, para
controlar aquello que es diferente o se desvía de los ya establecido.
Primero hay que señalar durante el siglo XIX, Estados
Unidos y México tuvieron confrontaciones bélicas por la disputa de ciertos
territorios, lo que habría generado ciertos marcos de referencia o discursos,
de unos respecto a otros, que a mediano plazo terminarían definiendo la
percepción entre ambos “la guerra que enfrentó a estadounidenses y
mexicanos, con claros antecedentes en la revolución Texana, fue el hecho de
mayor importancia en el contacto sostenido hasta ese momento y marcó su
geografía, su conciencia nacional y su futuro” (Terrazas
y Basante 2007)
El
nacionalismo y la división entre ambos países fue común, algo no muy alejado de
la realidad actual de ambas naciones. Se vuelven reiterativos los discursos en
donde “los autores mexicanos exaltan la ambición y la codicia del país vecino
del norte, mientras los estadounidenses subrayan la anarquía crónica y el
descuido en que se encontraba la nación del sur” (Terrazas y
Basante 2007, 12).
Este momento sería el inicio de una relación tensa entre vecinos, que tiene
incidencia hasta el día de hoy, y que para la década de 1910 daría paso a la
metáfora de terror que relacionaba al migrante mexicano con drogas, violencia y
pobreza.
El gobierno estadounidense toma una
actitud de padre estricto, en términos de Lakoff, y crea un discurso que suele
estar compuesto por lo que podríamos considerar metáforas de terror, en donde
el miedo infundado suele ser el mecanismo para introducir y afianzar el marco
de referencia que rige la concepción del mundo. Sin embargo, este no resulta
ser el único mecanismo, pues aparecen otros como ignorar, rechazar, ridiculizar
e incluso atacar aquellos marcos que se alejan del que se tiene como
referencia.
La relación entre marcos diferentes llevó a que
en algunos de los casos se diera la expulsión de todos aquellos que eran
considerados extraños y ajenos, prohibiéndose el contacto físico, el dialogo,
el intercambio social y todas las variedades de comensalidad hacia estos; castigándose
con el encarcelamiento, la deportación o la muerte. Para este momento hay una
separación espacial que busca transformar cuerpos y espíritus extraños, en
idénticos al propio, a través del uso del exterminio de costumbres, la
elaboración de prejuicios y supersticiones. Podría decirse que “la primera
estrategia tendía al exilio o aniquilación de los otros; la segunda, a la
suspensión o aniquilación de su otredad” (Bauman 2003, 109).
Dichas metáforas se intensificaron con la
depresión económica de 1929, pues muchos migrantes mexicanos laboraban en
Estados Unidos, y al igual que hoy en día, se señalaba que estos quitaban el
trabajo a los locales, lo que despertó aquellos temores y resentimientos que
venían desde hacía cerca de un siglo y que relacionaban al inmigrante con las
drogas y todas las connotaciones que esta traía implícita. Tal fue la situación
que se creó una distinción social con respecto al consumo de cannabis, es
decir, que se dio algo parecido a una división de clases, en donde quienes
consumían eran vistos con un valor simbólico negativo, y representaban a las
clases sociales populares, el ejército y la
prisión. “Sin embargo, ahora se sabe que también la fumaban actores, autores teatrales,
intelectuales, damas de alta sociedad y ‘galancetes de la misma parasitaria
clase” (Leal Galicia, y otros 2018).
En suma, se podría decir que la distinción dada
al consumo de cannabis, para la época, es que esta es consumida por personas
pobres, ordinarias, insignificantes, de gusto vulgar y no por personas de clase
alta con gustos distinguidos. Esta clasificación
termina siendo impuesta por la mediación
de unas experiencias corporales profundamente inconscientes como diría Pierre
Bourdieu en su obra “La distinción”.
No obstante, el tema trascendía a distinciones
sociales y resentimientos pasados, pues detrás de estos imaginarios y estos
discursos que se pretendían establecer frente al cannabis, se escondían
intereses económicos y políticos de la clase blanca, los cuales resultaban convenientes mientras aseguraran los intereses de grupos
privilegiados. Por ello para 1930 comienza
una campaña conocida como ‘reefer
madness’ (‘locura por el porro’) para desacreditar el consumo de
dicha hierba. Así se originó la prohibición y con ella el
mercado negro y, en conjunto, la corrupción. Hacia 1930, por ‘clichés’, se
asoció el consumo de marihuana con sujetos capaces de cometer actos de
delincuencia, y se creó la idea del envenenamiento de la juventud por su
introducción en los colegios norteamericanos. (Leal Galicia, y otros 2018)
Aparece un discurso muy
agresivo en el cual la marihuana y su consumo tiene una connotación negativa, y
al ir en contra de los valores de referencia en la sociedad estadounidense se
crea una campaña de desprestigio en donde se relaciona, sin demasiados fundamentos,
a esta con el pecado, la miseria, la lujuria, el crimen, el odio, entre otras. Aunque
la idea de esta campaña era proteger a los menores de las drogas y todos los
daños que esta causaba, resultaba ser solo una parte del discurso, pues no se mencionaba
que algunas industrias como la textil, farmacéutica, tabacalera y papelera
resultarían igual de perjudicadas que los niños que pudiesen consumirla.
El
banquero Andrew Mellon, quien se convirtió en el tesorero del gobierno del
presidente Hoover, era uno de los principales inversionistas de DuPont,
actualmente una de las mayores corporaciones del mundo y que en la época de
1920 a 1940 estaba consolidándose en el negocio de los petroquímicos y de los
polímeros. Para ambas ramas de mercado, el cannabis resultaba una seria
amenaza, pues de esta planta podían derivarse tanto fibras naturales que
redujeran el consumo de nylon, uno de los productos clave de DuPont en esos
años, como de combustible vegetal que amenazaba su apuesta por los
hidrocarburos. En este sentido DuPont tenía claro que una de las premisas de su
estrategia de mercado tenía que anular la presencia del cáñamo. Siendo
secretario del Tesoro, Mellon influyó para que su sobrino Harry J. Anslinger
fuese nombrado en 1930 como el primer comisionado Federal Bureau of
Narcotics. Y a pesar de que el cabildeo en contra del cannabis ya llevaba poco
más de dos décadas, lo cierto es que no fue hasta que Anslinger llegó al FBN
cuando la verdadera guerra comenzó. (Barros del Villar 2011).
Misma situación vivía la industria papelera que
veía en el cáñamo una amenaza, por lo que los medios de comunicación masiva de
la época, especialmente la prensa, propiedad de una de las mayores productoras
de papel, se dedicaron a promover una campaña de desprestigio frente al
cannabis. Tal situación se daba porque este
era un sistema completamente volcado al mercado, en donde la
conveniente o nociva naturaleza de un fenómeno social o medioambiental se mide
exclusivamente a partir de un criterio financiero, resulta objetivamente obvio
que el gran mercado de drogas alrededor del mundo a fin de cuentas no debe molestar
a los principales promotores de este sistema: gobiernos, corporaciones, e
instituciones religiosas. (Barros del Villar 2011)
Sin embargo, estas
industrias no fueron las únicas en generar nuevos discursos respecto al
cannabis, pues a ellas se adhirieron las tabacaleras y farmacéuticas con el fin
“diseñar
una campaña mediática que imprimiera en el imaginario colectivo una nueva idea:
la marihuana es una planta nociva para la salud y para la sociedad, y su
consumo, cultivo y distribución debe ser tenazmente descalificado, denunciado y
perseguido” (Barros del Villar 2011).
Inclusive
el cine también juega un papel
importante en este entramado, y comienza a configurar un discurso que
materialice una realidad creada a partir de lo imaginario y lo simbólico.
(Arbuckle 2016).
Mientras
tanto, la ciencia comienza a emplearse como el agente validador de estos
imaginarios. Ante la falta de rigurosidad y parcialidad en sus investigaciones
se llega a planteamientos donde
la
orientación eugénica se relacionó con ideas que se asumían como degenerativas
(comportamiento antisocial, delincuencia, locura, debilidad mental y
prostitución) y, según ellos, características de los ‘marihuanos’. Después se
sugirió que la marihuana era capaz de producir locura y fomentar la
criminalidad. (Leal Galicia, y otros 2018)
La idea es llevar este discurso, con algo de
carácter científico, al mayor número de personas, a fin de conseguir cierta
homogeneidad en las interpretaciones de la realidad, pues es probable que, si
los individuos no reciben los mismos discursos, no interpreten las mismas
realidades (Godelier 2000). La pretensión de un discurso verdadero y totalizante, que limite
la interpretación de otras realidades, resulta difícil. Por ello surgen formas
extremas de violencia colectiva en donde se degrada la dignidad y el cuerpo
humano para ayudar al establecimiento del marco a seguir.
La idea de un discurso único ha encontrado opositores. A pesar de
los prejuicios existentes frente a poblaciones afro y Latinoamericanas, la escalada
de violencia y radicalización de los supremacistas blancos que se oponían a ver
el fin de la segregación en los Estados Unidos y a la lucha de los
afro-estadounidenses desde posiciones claramente “inclusionistas” (Carbone y
Valeria 2013)
se ha logrado cambiar esta metáfora o discurso.
Esta búsqueda de reivindicación de las comunidades
afro y latina ha ido dándose de a poco, a la par que lo han hecho las
comunidades consumidoras de cannabis. A pesar de que muchos de los imaginarios
y realidades construidas en las primeras décadas del siglo XX frente a los
inmigrantes, la delincuencia y el consumo de drogas se mantienen, hay que
señalar que la apertura a análisis más profundos ha permitido cambios en el
discurso y en la concepción de distinción a partir del consumo. Igualmente continúan los intentos de las
comunidades cannábicas y de los migrantes por transformar el discurso que aún
persiste sobre ellos, y buscar su inclusión en la sociedad. Aunque esto continúa
siendo muy difícil, pues al ser una minoría, con una participación casi nula en
la vida política del país, no tienen mucho espacio para implantar nuevas ideas
o discursos a su favor.
La oposición al discurso hegemónico establecido
por los dirigentes estadounidenses, permitió que se dejara de relacionar al
migrante y las drogas de forma tan radical, lo que redujo el apoyo a la guerra
contra el cannabis e hizo que se cuestionara acerca de la efectividad de las
medidas tomadas contra los delitos vinculados a la marihuana.
Además, el consumo de drogas fue un componente
importante de la época, permitiendo que se abrieran nuevos horizontes frente al
consumo de estas y haciéndolas más atractivas para usar especialmente dado el
surgimiento de la llamada “contracultura” que resultó ser una crítica al
materialismo
y la hipocresía sexual de la sociedad estadounidense y postula nuevas formas de
organización basadas en la solidaridad, la libertad sexual y el amor, así como
una importante revalorización de la naturaleza. Frente a la obsesión por el
trabajo y la emulación de los vecinos de enfrente, reivindica el hedonismo, el
placer, las experiencias extrasensoriales y busca alternativas en las
filosofías orientales. (De los Ríos 1998).
En este punto el arte jugó un papel muy
importante, especialmente la música, pues se convirtió en la mejor forma de
expresión por excelencia de esta contracultura. Si bien para ese momento la
información sobre el cannabis comenzaba a ser mayor en comparación a años
anteriores, aún seguía siendo insuficiente y no aportaba en la construcción y
consolidación de un proceso capaz de refutar críticas y proporcionar cierta
neutralidad en sus argumentos.
Por su parte los medios de comunicación
comienzan a incidir notablemente al igual que en décadas anteriores. Para este
momento la cobertura de los medios de comunicación era mucho mayor, y ahora gran
parte de la población tenia acceso a estos, lo que permitía que, al estar
expuesto a varios discursos, se crearan o se identificaran nuevas realidades.
Durante
los primeros años de la década de los sesentas, la televisión desempeñó un
papel decisivo al llevar a los hogares estadounidenses una realidad de la cual
sabían pero que habían ignorado deliberadamente. Las escenas del odio racial,
los epítetos de adultos blancos contra niños que marchaban a la escuela
resguardados por la guardia nacional, la policía reprimiendo con perros, agua y
bombas lacrimógenas o golpeando a los manifestantes pacíficos fueron escenas
que conmovieron a la opinión pública y llevaron a ciertos grupos liberales blancos,
en el norte y el oeste (entre los que se contaban religiosos, estudiantes,
activistas, hombres y mujeres, judíos protestantes y católicos), a unirse al
movimiento en su momento de mayor apoyo por parte de la opinión pública blanca. (De los Ríos
1998)
No obstante, cabe señalar que los medios
de comunicación y de transporte de la época “particularmente la televisión, la
telefonía y los aviones, también tendrían un impacto esencial en la creación de
una sociedad de masas mucho más cohesionada y homogénea que nunca antes en su
historia” (De los Ríos 1998). Sin duda fue una
época de contradicciones en donde se luchaba por la diferencia y contra las
ideas totalitaristas de Estados Unidos, pero al mismo tiempo se caía en los
medios de comunicación masiva y su idea homogeneizadora y cohesionadora de la
población.
Paulatinamente el incremento de la información se
fue dando, llegando al punto en que se realizaban debates abiertos en donde se
pretendía justificar a partir de un discurso científico, sin ninguna clase de
sesgo, la idoneidad del cannabis como medicamento. Si bien se mantenían las metáforas
de terror que relacionaban a los inmigrantes con el delito, la pobreza y las
drogas, ahora no tenían tanta eficacia simbólica en las sociedades, y aquel
marco de referencia rígido y homogeneizador comenzaba a tener filtraciones por
donde se escapaban aquellas ideas en contra de un discurso único y totalizador.
Así mismo llegaba al punto en que se consideraba el
consumo de cannabis como un acto de realización, dado que el individuo sigue “siendo agente de su propia realización” y a partir
de su capacidad para crear modelos simbólicos se convierte en “un animal
político por obra de la construcción de ideologías, de imágenes esquemáticas de
orden social” (Geertz 2003, 190). Es decir que el individuo tiene un espectro complejo
pero limitado, que cada vez se amplía más para codificar sus valoraciones
subjetivas respecto al cannabis, y a la imagen de la buena vida que en
occidente suele estar muy relacionada con la realización material a partir del
consumo que suele “generarse así por la
acción de un sistema de valores sociales, preferencias, utilidades, etc., categorías
que se imponen desde afuera a un conjunto en principio vacío o aleatorio de
objetos potenciales” (Friedman 2001, 230)
Es así que, al no relacionarse la marihuana con la
delincuencia, la muerte, el crimen, el odio, entre otras connotaciones que
comenzaron a dársela a principios del siglo XX, empieza a darse un mayor
consumo de esta, motivada principalmente por un nuevo discurso que traía
consigo cambios en el sistema de valores sociales, así como nuevas preferencias
y nuevas nociones de utilidad. Por ello consumir drogas deja de ser un acto,
meramente nocivo que no debe realizarse o que debe hacerse bajo la mayor
prudencia y privacidad, a ser un acto público. Se deja la clandestinidad y la
degradación, que supuestamente genera el consumo de cannabis, para comenzar con
una apología y resignificación de esta.
Es bajo este panorama que surgen algunos grupos de
activistas prolegalización del uso de la marihuana tanto medicinal como
recreativamente. Para 1996 se legaliza el consumo de cannabis medicinal para
personas con enfermedades crónicas en California. Este hecho marca un
precedente histórico en lo que sería el discurso frente al cannabis. Desde ese
momento en adelante se deja ver un
marcado cambio en las valoraciones que tienen las personas frente al uso del
cannabis, siendo puestas a prueba cuando se propuso legalizar el uso recreativo
del cannabis en diferentes estados de Estados Unidos, así como la producción
legal.
Las circunstancias que se daban sirvieron como un
caldo de cultivo para la aparición de las comunidades cannábicas en todo el
mundo, quienes empezaron a aparecer lentamente y a buscar en los medios de
comunicación una herramienta para transformar el discurso e integrar a los
consumidores. A fin de lograr
dicho cambio o transformación, los consumidores han aprovechado la tecnología,
y se han valido de algunos medios de comunicación masiva como revistas, libros
y medios virtuales con el fin de difundir nueva información sobre el cannabis
dentro de los grupos o sociedades que reclaman como derecho, de cada individuo,
el consumo y porte de esta droga.
Podría decirse que ante una modernidad sistemática y solida
que tiende a estandarizar y homogenizar, las comunidades cannábicas esperaban a
que sus posibles diferencias sociales fueran vistas de otras maneras, y que las
connotaciones que se tenían frente al consumo de marihuana pudieran cambiar. La
aparición de estas comunidades trae consigo relaciones de amistad a partir de
temas e intereses a fines, son relaciones meramente utilitaristas, que sirven
como herramienta para enfrentar la crítica y el repudio existente.
Este espectro más amplio para configurar
la valoración individual sobre el cannabis, la prohibición y las metáforas de
terror infundadas por el padre estricto, siguen estableciendo marcados límites y prohibiciones que a larga “causa más daño
social que el consumo mismo” (Leal Galicia, y otros 2018). Por ello,
actualmente es común observar que, en países como Estados Unidos y España se
continúan relatando discursos xenófobos, racistas y clasistas que establecen
una relación entre los inmigrantes, las drogas y la delincuencia
Uno de
los discursos que más daño está haciendo a los inmigrantes, perjudicando su
integración social y su relación armoniosa con la sociedad de acogida española,
es el discurso de la delincuencia. Además, diversos responsables políticos y
algunos medios de comunicación al no efectuar en sus expresiones una clara y
rotunda distinción entre delincuente extranjero e inmigrante, identificando
erróneamente inmigración con delincuencia, provocan peligrosamente el
desarrollo del prejuicio xenófobo que acaba convirtiéndose en pura gasolina que
utilizan en sus incendios los grupos racistas. (Ibarra s.f.)
Así mismo, se continúa
señalando por parte de figuras políticas que gran parte de los inmigrantes que
vienen en caravanas desde Centroamérica son delincuentes. Nada muy alejado del
discurso de principios del siglo XX en donde se establecían características
generales a la población inmigrante, que muy poco se ajustaban a las verdaderas. De
igual manera la ley y la propaganda siguen manteniendo señalamientos, más
refinados, en contra del cannabis
Actualmente, si bien es
ya prácticamente imposible convencer a una persona con los primitivos
argumentos sobre los que originalmente se fundó la campaña de desprestigio
contra la ganja, lo cierto es que el marco legal ha sido afinado para obstaculizar
la posibilidad de legalizarla y también la propaganda ha sido
"refinada" pero en ningún momento ha cesado. (Barros del
Villar 2011)
Los discursos racistas y xenófobos cada vez
encuentran menor aceptación entre las personas, pues desde su comienzo no
tuvieron un soporte firme, sino que se constituyeron a partir de un manojo de
prejuicios y resentimientos. En la actualidad la información frente al cannabis
resulta no ser suficiente, a pesar de ello, comienza a ser importante en la
consolidación de un proceso de contracultura en donde “Hay intenciones de
desestigmatizar la planta y su consumo – sea recreativo, medicinal o industrial
–, que se incluya a los consumidores en la construcción de las políticas de
drogas y crear cultura” (Kapkin 2016).
Todo esto ha permitido
que se reconfigure la distinción hecha de los consumidores de cannabis, dejando
a un lado la idea de que eran personas pobres, con problemas mentales y de
violencia, para señalar que en estos momentos las drogas pueden afectar a cualquier
grupo poblacional independiente de su sexo, etnia, edad o estrato
socioeconómico. Ahora la distinción frente al consumidor de cannabis dejo de
tener un carácter meramente negativo, y se comienza a convertir en un sujeto
con una vida normal, sin relaciones a delincuencia, locura u otras cosas, y que
puede alcanzar el éxito, propuesto por occidente.
En conclusión, se puede
decir que los discursos frente al cannabis han estado en constante cambio, a
tal punto que ahora al discurso sobre este no lo estructuran solamente las ideas
de miseria, criminalidad y pobreza sino también de producción y mercantilización,
o de realización personal. Ante
este panorama donde se ha estructurado una relación entre el consumidor de
cannabis y el fracaso en su proyecto de vida, los consumidores se han agrupado
y mediante una relación no física, en la mayoría de las ocasiones, han logrado
establecer redes de cooperación que buscan abastecer de información que sirva
como argumento para defender su postura e ideas.
Así mismo las relaciones
sociales que se han ido constituyendo como resultado de los cambios en el marco,
han redefinido y reenmarcado los bienes que se consumen, es decir que, si
actualmente no se considera la relación entre drogas, inmigrante y delincuencia
tan seriamente, es porque los grupos sociales y las relaciones que establecieron
permitieron desdibujar esos prejuicios. Al fin de cuentas fueron estos grupos
sociales, los que buscaron “des-individualizar el cuerpo como táctica para
enfrentar el repudio, las miradas que castigan y las bocas que juzgan. (Martínez Valderrama 2012, 105)
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Realizado por: Juan David Henao Agudelo