Problemáticas de los pequeños floricultores de la zona rural de La Ceja, Antioquia.

 EL OCASO DE LA FLOR

 
 Fotografía de Esteban Valencia Patiño.

Este es un acercamiento a las problemáticas que viven los pequeños floricultores de la zona rural del municipio de La Ceja, Antioquia, en relación al impacto ambiental de los monocultivos de flor en el Oriente Antioqueño.


Realizado por: Esteban Valencia Patiño, Santiago Londoño, Daniel Múnera. 

Terra Preta o Tierra negra

 

TERRA PRETA O TIERRA NEGRA: UN INDICADOR DE ACTIVIDAD HUMANA.

Manuel Arroyo Kalin (2017)

La Terra Preta do Indio o Antrosoles son suelos entre arenosos y francos, con altos contenidos de carbono orgánico y materia orgánica, además de un marcado tono oscuro. Usualmente se encuentran en la región amazónica, aunque, también se hallan en lugares como la Orinoquia, Cundinamarca, Valle del Cauca, La Guajira (Rodríguez Cuenca, 2018) y el centro-norte de Colombia. Posee características muy particulares que llevan a suponer que tiene una estrecha relación con la actividad antrópica, la cual, de forma intencionada o casual, pudo haber incidido en su formación y composición.

Se establece la posibilidad de que la "Tierra Negra " (terra preta), sea el resultado de la acumulación de desechos cerca a las viviendas, en donde los residuos (animales y humanos), la cerámica y otros implementos utilizados por el hombre, fueron depositados durante un largo período (Andrade, 1984, pág. 39)

 La constitución y aparición exacta de estos suelos es difícil de determinar, pero su estructura física y química, sumada a los vestigios arqueológicos que suelen encontrarse en ellos, sí nos permiten hacer un acercamiento a su posible origen y a su longevidad. Las terras pretas también son consideradas como “suelos arqueológicos” debido a la estrecha relación de estos con material arqueológico. Sin embargo, estos vestigios por sí solos no podría darnos una explicación completa de la creación de estos suelos, de allí la necesidad de incorporar una perspectiva ecológica en los estudios humanos que permita desviar la atención de determinismos simplistas, y favorezca un análisis que preste mayor atención a las redes de relaciones complejas que caracterizan a los sistemas ecológicos. (Morán, 2003) 

Numerosas investigaciones realizadas hasta la fecha han ayudado a crear un panorama más amplio acerca de lo que fue la vida en estas regiones durante épocas precolombinas. Mucha de la información que se obtiene en los estudios arqueológicos, que utilizan indicadores ecológicos, permiten entender aspectos de la vida de comunidades humanas como sus dietas, la forma en que se ubicaban en el espacio y los usos que le daban a cada lugar, la vegetación y los animales que había en las cercanías, sus prácticas agrícolas, las herramientas que empleaban, la cerámica que fabricaban y sus características, entre otros. Ante este panorama, en el siguiente texto se expondrá cómo la evidencia arqueológica y el análisis de los indicadores ecológicos que han realizado por décadas científicos de diferentes lugares del mundo, con conocimientos en diversas disciplinas tanto de las ciencias naturales como sociales, han sido de gran importancia para explicar qué son las terras pretas, su posible origen, algunas de sus características y su relación con las sociedades humanas. Además, se resaltará como paulatinamente se fue haciendo notable el uso, por parte de diversos investigadores, de indicadores ecológicos como el suelo, los sedimentos, el clima, la topografía, la geografía, la hidrografía, la vegetación y la fauna; los cuales son de considerable importancia a la hora de relacionar algún resto de cerámica o vestigio con actividad humana. Finalmente, será este cumulo de hallazgos, que se ha ido construyendo por décadas, y la integración de indicadores ecológicos en los estudios arqueológicos, lo que nos permitirá una aproximación más cercana al origen de estos suelos, así como su composición, y la relación que guarda con los humanos.

 REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA O ANTECEDENTES

Desde finales del siglo XIX comienzan a presentarse las primeras informaciones relacionadas con estas tierras negras o “terras pretas”. Durante estas investigaciones se destaca el color oscuro y la fertilidad de estos suelos, los cuales eran aprovechados por campesinos, esclavos libertos e indígenas para sembrar diversos cultivos. Junto a estas características del suelo, también comenzaron a emerger restos arqueológicos lo que implicaba una acción humana en ellos. Aunque no se sabía con claridad cómo había sido este accionar y su intencionalidad, se concluyó que “las tierras negras eran vestigios de antiguos asentamientos indígenas” (Arroyo Kalin, 2017). Durante 1920, el etnólogo y arqueólogo Curt Nimuendajú, tomó estos suelos negros y observo su distribución a la par que las asociaba con artefactos, montículos, pozos y caminos. Para fines de la década del 40’, el mismo Nimuendajú señaló que no tenía dudas que estos suelos indicaban la presencia de asentamientos precolombinos sedentarios y densamente poblados. Lastimosamente el escepticismo racista que subvaloraba las aptitudes y conocimientos de las poblaciones amazónicas hizo que hubiera mayor tendencia a establecer que el origen de estos suelos no era algo antrópico sino resultado del accionar de la naturaleza.

En 1966 Wim Sombroek demostró que la composición, variabilidad, y emplazamiento de las tierras negras no eran consistentes con un fenómeno natural. Para este momento emerge la clasificación de terras pretas (tierras negras) que son suelos oscuros, con alto contenido de materia orgánica y repleto de artefactos que probablemente se habían formado a partir de los desechos de antiguos asentamientos indígenas; y las terras mulatas (tierras pardas) eran suelos carentes de artefactos, con características fisicoquímicas que estaban entre las terras pretas y los demás suelos de la región, y que se relacionaban con antiguas prácticas agrícolas. Durante esta misma década el arqueólogo alemán Peter Hilbert, ayudándose de la recién aparecida técnica de datación radiocarbónica, permitió establecer que dichos suelos sugerían la presencia de asentamientos humanos establecidos por largos periodos de tiempo, y que los restos arqueológicos hallados en él, habían sido depositados allí hacia mediados del primer milenio de la era común. Durante esta misma década, Mario Simoes tiene en cuenta un considerable número de variables como la topografía, la hidrografía, el suelo, los sedimentos, el clima, la vegetación y la fauna, con el objetivo de entender, desde una perspectiva arqueológica que integra indicadores ecológicos, la región, sus suelos y las poblaciones humanas que allí habitaban. Para los 80’, el geógrafo Nigel Smith y sus análisis, corroboraban lo expuesto por otros investigadores que señalaban la relación de estos suelos con la actividad humana. Según Smith la distribución, el tamaño y el contenido artefactual era consistente con la presencia de grandes poblados ribereños mencionados por los cronistas del siglo XVI. Al parecer la coloración oscura de los suelos correspondía a la incorporación de cenizas y carbón que eran resultado de quemas realizadas en estos asentamientos humanos. Sin duda esto resultaba ser un revés para el determinismo geográfico y cultural que se extendía sobre el Amazonas.

A partir de este momento que se comienzan a presentar los trabajos pioneros en geoarqueología, que según Arroyo Kalin es la especialidad de la arqueología dedicada al estudio de los suelos y sedimentos. Este estudio de las antiguas sociedades humanas considerando indicadores ecológicos, como los suelos, los sedimentos, la topografía, la geografía entre otros, empieza a generar nuevas ideas sobre estas tierras negras, lo que a la larga debilitará más y más el determinismo ecológico inherente al Amazonas por siglos, y generaría nuevas preguntas que permitieran entender aspectos como el origen, la formación, la variabilidad, la distribución, el uso, la cronología, entre otros aspectos, que se desprendían del análisis de estos suelos. Un ejemplo de ello sería el trabajo publicado por Ángela Andrade en 1984 en donde su objetivo era “conocer las características arqueológicas del suelo y la relación entre la génesis de los suelos y las ocupaciones humanas, con el fin de establecer los tipos de actividades antrópicas y su intensidad” (Andrade, 1984, pág. 36)

Para las últimas décadas la arqueología ha ido incorporando cada vez más indicadores ecológicos dentro de sus estudios. Actualmente, los estudios arqueológicos integran micromorfología, química de suelos y susceptibilidad magnética en terras pretas, también documentan el tipo de residuos responsables de estas variaciones que pueden ser fragmentos microscópicos de carbón, hueso, cerámica y arcilla quemada; además los estudios de marcadores de lípidos demuestran la presencia de esteres asociados a desechos humanos; y los estudios arqueobotánicos y zooarqueológicos registran tanto vestigios de plantas cultivadas y comestibles como huesos de fauna acuática asociados con el consumo humano (Arroyo Kalin, 2017). Sin duda, la necesidad de una comprensión holística de los fenómenos naturales y sociales, que se relacionan con la formación de las terras pretas, nos lleva a realizar análisis más detallados de los mismos, teniendo en consideración el mayor número de proxys o variables que pueden incidir en este.

 DISCUSIÓN

Las terras pretas pueden ser un buen ejemplo de lo fértil de algunas zonas de la región amazónica y del norte de Sur América, también sirven de ejemplo para entender cómo el humano puede transformar el ambiente. Sin embargo, se necesita mucha más información de índole ecológica y arqueológica que nos permita establecer con mayor proximidad la intención y efecto de la acción humana en la formación de estos suelos, puesto que algunos análisis físicos y químicos del suelo no permiten reafirmar una hipótesis clara sobre el origen

todos los elementos se presentan en contenidos bajos a muy bajos, confirmando los niveles reportados para los suelos de las selvas húmedas tropicales… Sus niveles actuales son el producto de factores naturales formadores de suelo, más que de las influencias de los grupos humanos asentados en la zona, por lo menos cuando se considera como referencia todo el perfil del suelo (Morcote Ríos & León Sicard, 2012)

Además, es importante tener en consideración que las tierras negras o terras pretas no son necesariamente el resultado de una intensificada actividad agrícola, sino que es más apropiada entenderla como el correlato de prácticas habitacionales de mantención y cultivo (Arroyo Kalin, 2017).

Por otra parte, se encuentra el problema de la clasificación de las terras pretas puesto que cada investigador o sociedad recurre a patrones lógicos y estructurados, desde lo cultural, que les permiten apreciar y entender las variaciones o discontinuidades que se presentan en un paisaje, a fin de lograr adaptación y supervivencia de la población en determinado espacio. Por ello es importante resaltar que una clasificación única y estricta de las terras pretas como la propuesta por  León y Vega en 1983 que determina que las terras pretas debían “tener coloraciones negras, por debajo de los Cromas /3 y /2 y de los Valúes 2/ y 3/, presencia de cerámica y/o carbón vegetal y reacción al NaF en cualquiera de sus horizontes” (Morcote Ríos & León Sicard, 2012, pág. 55) no es viable aun, debido a la faltan mayores análisis de estos suelos. Ejemplo de ello, es creer que toda terra preta tiene restos arqueológicos ya que desde hace unas cuantas décadas se conocen casos en donde no se encontraron restos culturales; sin embargo, el suelo tiene las mismas características de las otras terras pretas, esto representa una ocurrencia de "Terra Preta" sin tiestos (Andrade, 1984). Tampoco debe reducirse el tema de las terras pretas a la región amazónica, pues algunos trabajos como el de Rodríguez Cuenca y el de Javier Aceituno, dan evidencia de que existen modificaciones similares en sedimentos arqueológicos de regiones fuera del bioma Amazónico.

Es importante que la arqueológica logre incorporar la mayor cantidad de proxys que se relacionen a un fenómeno. En el caso de la terra preta los estudios que se han ejecutado por más de un siglo, dan evidencia de que a medida que se realizan estudios interdisciplinarios en donde se integran indicadores ecológicos en los estudios arqueológicas se pueden obtener resultados más concluyentes y próximos con la realidad. Para lograr una mejor comprensión del origen y la formación de estos suelos será importante desglosar aspectos del medio ambiente como las fuentes hidrográficas, la composición de los suelos, la topografía, la fauna, la flora, entre otros, y entender cómo estos se relacionan entre sí y con la actividad humana, pues como planteaba Butzer: “ nuestro objetivo final es la determinación de la interrelación entre cultura y medio ambiente, otorgando especial relevancia a la investigación que se plantee una mejor y mayor comprensión de la ecología humana de las comunidades prehistóricas” (Butzer, 1989, pág. 5) Para esto, se hace necesario recurrir a diferentes disciplinas y diferentes indicadores, que nos permitan entender mucho mejor los fenómenos que rodean la vida de las poblaciones humanas que viven en las zonas aledañas a las terras pretas.

 CONCLUSIONES

A pesar de que la evidencia arqueológica hallada en estos suelos habla de cierta conexión entre los mismos y el humano, y de que posiblemente la acción humana sí incidió en la formación de estos, debe recopilarse más información que permita hablar de estos suelos como verdaderos suelos antrópicos. Si bien los restos de actividades humanas hallados en estos lugares son innegables, hay que señalar que en muchos casos la composición química de los suelos no refleja de forma tan drástica y notoria la acción antrópica en la formación de estos, como sí puede apreciarse al momento de analizar a simple vista los horizontes del suelo. Además, es importante volver a cuestionarse a cerca de la intencionalidad humana en la creación de estos sitios, si fue algo fortuito, resultado de arrojar basura allí y de realizar quemas controladas que aportaban cenizas y carbón al suelo, o si se hacía con la idea e intensión de abonarlos para luego usarles en actividades agrícolas. Cabe resaltar que no son las ocupaciones humanas las que producen suelos antrópicos negros. Antes bien, las ocupaciones humanas generaron depósitos de sedimentos enriquecidos que son transformados, por los procesos pedogenéticos, en suelos antrópicos negros con el paso del tiempo” (Arroyo Kalin, 2017, pág. 114)

Finalmente, lo que sí es muy probable es que cerca de estas terras pretas hubo presencia de grupos humanos, que al parecer eran numerosos como lo evidencian las crónicas españolas del siglo XVI, y la cantidad de basura hallada en los registros arqueológicos. Así mismo parece que estas comunidades habían estado en estos espacios por largos periodos de tiempo, lo que nos ayuda a concluir que entre las terras pretas y los humanos ha existido una relación de cercanía que se ha mantenido por siglos, y que, si bien su posible origen está influenciado por la actividad humana, aun no es seguro si hubo intensión o no en la formación de estos suelos.

 

 BIBLIOGRAFÍA

 

Aceituno Bocanegra, F. J., & Castillo Espitia, N. (2005). Mobility strategies in Colombia’s middle mountain range between the early and middle Holocene. Before Farming: The Archaeology and Anthropology of Hunter-Gatherers, 1-17.

Andrade, Á. (1984). Estudio arqueológico de los antrosoles de Araracuara (Amazonas). Boletín Museo del Oro, 35-40.

Arroyo Kalin, M. (2017). Las tierras antrópicas amazónicas: algo más que un puñado de tierra. En S. Rostain, & C. Jaimes Betancourt, Las Siete Maravillas de la Amazonía precolombina (págs. 99-117). La Paz: Plural editores.

Butzer, K. (1989). Arqueología, una ecología del hombre. Método y teoría para un enfoque contextual. Barcelona: Bellaterra.

Morán, E. (2003). La ecología humana de los pueblos de la amazonia. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Morcote Ríos, G., & León Sicard, T. (2012). Las Terras Pretas del Igarapé Takana. Un sistema de cultivo precolombino en Leticia-Amazonas, Colombia. Bogotá D.C.: Universidad Nacional de Colombia.

Rodríguez Cuenca, J. V. (2018). Las tierras negras en la mitología y arqueología de la vertiente sureste de la Sierra Nevada de Santa Marta, La Guajira. Revista Colombiana de Antropología.

 

 Realizado por: Juan David Henao Agudelo

Monocultivos y recurso hídrico en el municipio de Fredonia, Antioquia

 INCIDENCIA DE LOS MONOCULTIVOS SOBRE EL RECURSO HÍDRICO DEL MUNICIPIO DE FREDONIA, ANTIOQUIA

Fotografía de Jaiver Ibarra Trujillo.

El municipio de Fredonia hace parte de los 23 municipios que conforman el suroeste antioqueño y que comparten problemáticas relacionadas con el agua y los monocultivos. La llegada de nuevos modelos de desarrollo implico cambios en las actividades agrícolas que tradicionalmente se dieron en el municipio. Estos cambios en los usos del suelo han generado cambios abruptos en los paisajes y en las formas de vida tradicional, siendo lo más preocupante la afectación al recurso hídrico.

En el caso del suroeste antioqueño, el paisaje actual, empieza a evidenciar una homogeneidad como consecuencia de los modelos agro-extractivistas en los que podría mencionarse en mayor medida los monocultivos de pinos, aguacates y cítricos. Estos modelos, además de poner en riesgo la autonomía y seguridad alimentaria, incide en la calidad y la existencia de agua como bien común al causar la perdida de la diversidad cultural y ecosistémica.

Se hace conveniente realizar un acercamiento crítico y reflexivo a las incidencias en que este tipo de modelos de economía (monocultivos), están incidiendo en las valoraciones tradicionales del territorio, excluyendo los elementos que posibilitan un buen vivir y que hacen parte de lo sagrado para la vida para las comunidades del suroeste antioqueño. Esto lleva a cuestionar ¿se está cultivando el agua en el municipio de Fredonia?


Realizado por Carlos Hernan Mejía Escobar, Jaiver Ibarra Trujillo y Estefanía Torres Celis. 


Extractivismo y neoextractivismo. El caso de la palma africana en Colombia

 EXTRACTIVISMO Y NEOEXTRACTIVISMO. EL CASO DE LA PALMA AFRICANA EN COLOMBIA

Alianza Biodiversidad (2023).

Inicialmente, cabe señalar que, a partir del siglo XVI con la expansión de Europa por todo el planeta junto con sus ideales de civilización, modernidad y desarrollo, más su concepción antropocéntrica de la vida, comienza a darse la explotación excesiva de los recursos naturales. Se empieza a gestar un modelo de desarrollo basado en la extracción y apropiación de la naturaleza a través de actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales, que no son procesados (o lo son limitadamente), y que posteriormente pasan a ser exportados (Gudynas, 2009). Este nuevo estilo de desarrollo sería conocido como el extractivismo, y tendría serías implicaciones sobre las sociedades humanas y los ecosistemas en donde operaba.

 Dicho modelo pasaba por alto la estructura de significaciones de aquellas culturas que eran ajenas a la europea, mientras que creaba la certeza de que los problemas del modelo podían solucionarse con cambios técnicos y transformaciones sociopolíticas (Giraldo, 2018). Además, tendía a caer en:

el generalizado error consistente en aplicar ahistóricamente los conceptos, técnicas y prácticas de la economía de mercado a todas las manifestaciones culturales y epocales, propios de la manía ‘civilizatoria’ y clasificatoria en la que muchas expresiones son excluidas, minusvaloradas e invisibilizadas (Quijano Valencia, 2016)

Otra de las características de este modelo es que cada vez exige “mayor cantidad de materias primas y energías, lo cual se traduce por una mayor presión sobre los bienes naturales y territorios” (Svampa, 2019, p.18). Esta necesidad de territorios para explotar genera que se expropie y despojen grandes extensiones de suelo, provocando disputas y enfrentamientos entre poblaciones y grandes actores económicos, lo que en muchas ocasiones terminaría repercutiendo en temas como la violencia y la pobreza.

La pretensión de edificar y consolidar una sola explicación para fenómenos sociales, culturales y biofísicos, no dejaba vislumbrarlos claramente al excluir ciertas partes de él, dificultando el reconocimiento de la conexión existente entre el extractivismo y los diferentes factores sociales y ambientales con los que se relacionaba. De igual manera limitó el conocimiento de la naturaleza a un modelo en específico, lo que ha favorecido “la coordinación universal de la vida y el desenvolvimiento de los sujetos, los espacios socio/naturales y los saberes” (Quijano Valencia, 2016).

Dicha limitación en el conocimiento de la naturaleza ha generado concepciones reduccionistas sobre esta, ocasionando que -en el mejor de los casos- se le considere como una maravilla de gran complejidad fruto de la manifiesta sabiduría del dios creador de todo lo que existe, o que en otros casos sea vista única y exclusivamente como una despensa, olvidando que es un agregado de agua, tierra y cielo que interactúan entre sí, y en donde todo aquello que es “asequible a nosotros forma un sistema, una concatenación general de cuerpos, entendiendo aquí por cuerpos todas las existencias materiales, desde los astros hasta los átomos” (Engels, 1886, p. 48).

Las alteraciones que provocan los procesos de extracción en la naturaleza pueden ser muy variables. En el caso del aumento de la frontera agrícola, ganadera y minera se ha impactado especialmente a las fuentes hídricas, los suelos y la biodiversidad, sin olvidar que también se ha afectado aspectos como la alimentación y salud de poblaciones humanas. La expansión de la agricultura, por ejemplo, ha afectado el ecosistema a través de procesos de deforestación, erosión de suelo, sedimentación de fuentes hídricas, eutrofización, entre otros. La expansión de la frontera ganadera también ha afectado considerablemente las fuentes hídricas al favorecer la presencia de gran cantidad de coliformes en el agua, bien sea por contaminación difusa o por vertimiento directo, además la compactación que sufren los suelos los deteriora considerablemente.

Tanta es la interconexión que existe entre los elementos de la naturaleza que la deforestación en zonas Andinas y Amazónicas, con el fin de aumentar la agricultura, la ganadería extensiva y la minería, han cambiado la vida de muchas comunidades ribereñas que habitan a orillas de pequeñas quebradas o de grandes ríos como Cauca y Magdalena.

Dentro de dicho panorama en América Latina surge una categoría analítica conocida como neoextractivismo, que permite describir y explicar este modelo extractivista desde el ámbito social, político-territorial y medio ambiental a partir de una escala nacional, regional o local. Se hace necesario comprender la complejidad de este modelo, sobre todo porque estas grandes modificaciones del entorno como respuesta a las nuevas necesidades humanas repercuten indudablemente en la organización, estructura y funcionamiento del sistema (Rappaport, 1985).

Mucha de la información socavada hasta la fecha evidencia el considerable impacto negativo que ha tenido este modelo de desarrollo en el ámbito económico, social y ambiental, además evidencia su limitada contribución al genuino desarrollo de las sociedades humanas que constituyen los actuales Estados-nación. A pesar de esto, el extractivismo goza de buena salud dentro de los actuales Estados latinoamericanos progresistas o conservadores, los cuales hacen poco por reconstruirlo. Además, continúa siendo vista como la mejor alternativa para alcanzar los tan anhelado ideales de desarrollo, de ahí que se promuevan medios para incrementarlas, a pesar de que éste mantiene un estilo “basado en la apropiación de la Naturaleza, que alimenta un entramado productivo escasamente diversificado y muy dependiente de una inserción internacional como proveedores de materias primas” (Gudynas, 2009, p.188) Sin embargo, no debe pasarse por alto que, frente a este modelo cada vez se van generando más reacciones de oposición entre las sociedades.

En conclusión, se puede decir que, a pesar de los efectos colaterales del extractivismo en las diferentes esferas de la realidad humana, este sigue manteniendo su vigencia e importancia dentro de los actuales gobiernos latinoamericanos y mundiales. Sumado a esto, son apreciables los pocos esfuerzos realizados para modificar este modelo y contrarrestar o apaciguar sus repercusiones sobre la vida en general. Se mantiene dicha estructura de apropiación de los espacios y los recursos. Pareciera a simple vista que lo único que ha cambiado entre el extractivismo y el neoextractivismo es cómo y quiénes se quedan con las riquezas , mientras que los problemas sociales y ambientales que surgen como consecuencia de ello continúan a la espera de que los grupos humanos les den la relevancia que requieran y logren entender que nada en la naturaleza ocurre de modo aislado y que este extractivismo ha generado cambios en el planeta que requieren de una reestructuración de la vida humana.

La palma africana en Colombia

 Enlaces de interés





Bibliografía

Engels, F. (1886). Dialéctica de la naturaleza. Obtenido de Livros Grátis: http://livros01.livrosgratis.com.br/bk000224.pdf

Giraldo, O. F. (2018). Ecología política de la agricultura. Agroecología y posdesarrollo. San Cristóbal de Las Casas: Ecosur.

Gudynas, E. (2009). Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo. Extractivismo, política y sociedad, 187-225.

Quijano Valencia, O. (2016). Ecosimías : Visiones y prácticas de diferencia económico/cultural en contextos de multiplicidad. Popayán: Universidad del Cauca.

Rappaport, R. (1985). Naturaleza, cultura y antropología ecológica. En H. Shapiro, Hombre, cultura y sociedad (págs. 261-292). México: Fondo de Cultura Económica.

Svampa, M. (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencias. Bielefeld: Universidad de Bielefeld.

 

AngloGold Ashanti en Colombia

SERIE WEB DOCUMENTAL "HISTORIAS QUEBRADAS" 

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